DIA 24
El Espiritu Santo es nuestro Maestro
El Espiritu Santo es nuestro Maestro
HE TENIDO VARIOS mentores, probablemente unos diez. A menudo he deseado escribir un libro acerca de ellos. El problema es que no son conocidos, y escribir un libro como ese significaría más para mí que para el lector. Pero la notable excepción es el Dr. Martyn Lloyd-Jones. Me enseñó a través de sus libros por años y luego me alimentó a cucharadas semana tras semana durante mis primeros cuatro años en la Capilla de Westminster. Él fue mi mentor principal. Me enseñó la diferencia entre el testimonio directo e indirecto del Espíritu. Más que nadie, me enseñó cómo pensar. Dicho lo anterior, el mayor maestro de todos es el Espíritu Santo. “Les enseñará todas las cosas”, dijo Jesús (Juan 14:26). “No necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica—no es falsa—y les enseña todas las cosas. Permanezcan en él . . . ” (1 Juan 2:27).
El Espíritu Santo es nuestro maestro en básicamente dos formas: directamente e indirectamente, un concepto de lo más importante. Si Él nos enseña directamente, entonces, “no necesitan que nadie les enseñe”. El Espíritu Santo es sumamente capaz de enseñarnos de ese modo, y es una cosa maravillosa que suceda. Esto fue lo que me sucedió cuando iba conduciendo mi coche el 31 de octubre de 1955 (como lo mencioné el Día 19). Las cosas que me han sido enseñadas directamente, anteriormente me habían sido ajenas; por ejemplo que yo había sido salvo eternamente y escogido desde la fundación del mundo. Yo no habría podido pensar eso en mi propia mente. A mí me habían enseñado lo opuesto, que tal enseñanza de hecho había “salido del infierno” (no estoy bromeando). ¿Entonces, como llegué a ella? Por la enseñanza directa del Espíritu Santo.
Sea la enseñanza indirecta o directa, el Espíritu Santo solamente nos enseña lo que somos capaces de recibir. Jesús tenía mucho más que les podía haber enseñado a los Doce pero sabía que no eran capaces de absorber más (Juan 16:12). No solo eso, sino que además el Espíritu Santo nunca nos hace sentir culpables cuando somos lentos en entender cosas. Mi maestra de primer año (cuando yo tenía seis años) se paraba detrás de mí y me sacudía los hombros súbitamente en frente del resto del grupo cuando leía mal una palabra o una oración. He tenido problemas serios para concentrarme al leer desde entonces. Estaba enfermo en casa y no pude asistir a la escuela los primeros días de mi clase de álgebra. El maestro nunca se ofreció a ayudarme a regularizarme, y el resultado fue que nunca—jamás—pude entender bien el álgebra. Mi entrenador de baloncesto una vez me lanzó una pelota que me golpeó en la boca del estómago y me dejó sin aliento un rato. Yo estaba esperando que me mandara un pase suave. Después de eso me daba miedo dejar que me enseñara algo. Pero Jesús nunca comete errores como esos.
La enseñanza indirecta se refiere a la manera en que el Espíritu Santo aplica lo que leemos o escuchamos. Es cuando el Espíritu aplica la Palabra de Dios a medida que la leemos. Es cuando el Espíritu aplica la predicación, la enseñanza, el blog, el poema, la amorosa palabra de aliento de un amigo, lo que leemos en un libro o cuando cantamos un himno o coro. Sucede que, esta misma mañana en mi tiempo a solas con Dios canté el himno “Be Still, My Soul” [Alma mía, reposa] con la melodía de “Finlandia”. Solamente Dios (y Louise, que estaba conmigo) sabe lo que esas palabras significaron para mí en este día en particular. ¡Fue como si hubieran sido escritas para mí! El Espíritu Santo esta obrando aplicando este gran himno.
La reprensión o la disciplina es la enseñanza indirecta del Espíritu Santo. La palabra reprensión proviene de una palabra que significa aprendizaje forzado: lo que se necesite para obtener nuestra atención. Es el Plan B de Dios al tratar con nosotros. El Plan A es lo que debemos escuchar de Dios a través de su Palabra. ¡Esa es la mejor manera de tener resuelto nuestro problema espiritual! El Plan B es cuando recurre a medidas más dolorosas que tener que obedecer su Palabra; como cuando se nos requiere que salgamos de nuestra zona de comodidad. El Espíritu Santo puede usar la enfermedad, un revés financiero, el retraso de la vindicación o perder a un amigo. O incluso ser tragado por un gran pez, como aprendió Jonás. Porque el Señor disciplina a los que ama (Hebreos 12:6). Pero sabe cuánto podemos soportar. El Espíritu Santo es nuestro mejor maestro y el único confiable. De hecho, Él es el único maestro que finalmente importa. Sin importar la enseñanza que usted escuche o lea (incluyendo este libro), sin importar quien sea el predicador o maestro, si el Espíritu no lo aplica ni le da testimonio a su corazón (que es muy capaz de hacer), usted debería aprender a mantener esa enseñanza en reserva, si no es que a desecharla.
Precaución: sea que usted esté aprendiendo de él directa o indirectamente, el Espíritu Santo solamente da testimonio de la verdad y guía a ella. Hemos visto que los mejores de los maestros humanos cometen errores. Nuestros mejores mentores no son infalibles. Todos debemos ser como los de Berea que “todos los días examinaban las Escrituras [en este caso el Antiguo Testamento] para ver si era verdad lo que se les anunciaba” (Hechos 17:11). En esos días, Pablo era un desconocido; no tenía la estatura entonces que tiene ahora. Cualquiera que le diga: “Créalo porque lo digo yo”, no le está haciendo ningún favor y probablemente sea una persona insegura. El Espíritu Santo no es inseguro. No tiene nada que probar. Solamente quiere lo mejor para usted.