DIA 14

EL ESPIRITU SANTO NO NOS ABANDONA

El Espiritu Santo no nos abandona


HEMOS VISTO QUE cada persona de la Trinidad es verdadera y plenamente Dios. Esto tiene relevancia con respecto a nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por ejemplo, está escrito de Dios el Padre que Él “nunca los dejará ni los abandonará” (Deuteronomio 31:6). Jesús dijo antes de su ascensión al cielo: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). ¿Podemos esperar la misma fidelidad con respecto al Espíritu Santo? Sí. Jesús dijo que el Espíritu Santo nos acompañaría “siempre” (Juan 14:16). Pero incluso si Jesús no hubiera dicho eso del Espíritu Santo, yo creería que es cierto.


Mencionamos anteriormente que David, aunque era un hombre según el propio corazón de Dios y el más grande rey de Israel, no era perfecto. Sus pecados de adulterio y asesinato están en los primeros lugares de la lista de pecados lamentables y vergonzosos del Antiguo Testamento. A diferencia de Saúl, David se arrepintió tan pronto el profeta Natán lo reprendió, y después escribió su oración. Es el Salmo 51. Lo primero que pidió David fue misericordia: “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado” (vv. 1-2). Pero quiero enfocarme en estas palabras: “No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu” (v. 11). Algunos piensan que esto muestra que el Espíritu Santo nos deja cuando pecamos porque David oró que Dios no le quitara su Espíritu Santo. Él no oró esto porque el Espíritu Santo nos deje cuando pecamos; David oró esto porque lo temía, y estaba consciente de lo que merecía. Oró de esta manera porque la presencia de Dios era tan preciosa para él. Para él la presencia de Dios y del Espíritu Santo llegaban a ser lo mismo. David estaba horrorizado por el pensamiento de que tuviera que renunciar a esto. No tenía que haberse preocupado. “¡Muy grande es su fidelidad!” (Lamentaciones 3:23). El Dios del Antiguo Testamento no nos deja; Jesús el Hijo de Dios no nos deja; el Espíritu Santo no nos deja. Y no obstante la prueba de que el Espíritu Santo no dejó a David es el hecho de que oró como oró.


¡Solamente una persona motivada por el Espíritu Santo podría orar así! ¡Su oración por compasión muestra que el Espíritu Santo estaba con él! Al orar por misericordia mostró su arrepentimiento. También al suplicar compasión muestra que no se tiene poder de negociación; David reconoció que Dios podía dar o retener la misericordia y seguir siendo justo de cualquier manera. Todo el Salmo 51 se puede describir con una sola palabra: arrepentimiento. Esto es lo que David estaba mostrando. El Espíritu Santo estaba trabajando en Él, habilitando a David para que orara como lo hizo. ¡De hecho, Salmos 51 es parte de la Escritura; de la que el Espíritu Santo es el Autor! Toda la Escritura es “inspirada por Dios”, lo cual significa: inspirada por el Espíritu Santo (2 Timoteo 3:16). David también escribió el maravilloso Salmo 139. Sea que haya escrito esto antes o después de su horrible pecado, no lo sé. En cualquier caso, David escribió: “¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí” (vv. 7-8). La Biblia King James en inglés traduce la parte final del versículo 8: “Si hago mi lecho en el infierno”.


La RVR 1960 deja el hebreo sin traducir: “Y si en el Seol hiciere mi estrado”: la muerte, la tumba. David ciertamente hizo su lecho en el infierno cuando pecó con tanto descaro como lo hizo (Hades es el equivalente del Nuevo Testamento para Seol). Si escribió ese salmo después de su pecado es un testimonio de que Dios de hecho no lo dejó. Todos somos pecadores. “Soy un pecador; grande como cualquiera, peor que muchos”.


“Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:8-9). Es por la gracia de Dios que no he pecado como David. Me siento alentado de saber que el Dios de la Biblia está lleno de misericordia. Jesús le dijo a la mujer descubierta en adulterio: “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (Juan 8:11). El Espíritu Santo es igual; nunca nos va a dejar, pero nos dirá que dejemos nuestra vida de pecado.


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